viernes, 9 de marzo de 2007

Dónde estabas entonces…

Estoy seguro, que al igual que yo, muchos de vosotros sabréis perfectamente que estabais haciendo un día hace casi tres años.

Es uno de esos días que han dejado de ser simples fechas para convertirse en nombres propios. Estoy hablando de esos días que como el 14 de Julio, el 12 de Octubre o el 11 de Septiembre han cobrado vida propia y se presentan ante nosotros con miles de significados. Para mí, el 11 de Marzo significa tristeza.

Era una mañana soleada. El sueño se apoderaba de mi todavía y mi cabeza se debatía entra la derecha y la izquierda siguiendo el ritmo que marcaban los baches de la carretera. Todo estaba en silencio. La noche había sido larga y el amanecer nos había sorprendido aún despiertos, pero aún todos nosotros, no éramos conscientes de lo que algunas mentes perturbadas estaban planeando a miles de kilómetros de allí.

El silencio que acompañaba el letargo de la mayoría, pronto iba a quedar interrumpido. La tecnología me sorprendió de nuevo y un mensaje en mi teléfono móvil me hizo abrir los ojos. Lo busqué rápido, esperando encontrar las palabras cariñosas de algún amigo que se acordaba de mí y me estaba echando de menos, o el saludo de alguna compañía tunecina que me avisaba que podía usar mi teléfono con total normalidad. Pero desgraciadamente no fue así. Mis ojos se abrieron de par en par, como se abren las fauces de león para desgarrar a su presa, y un temblor recorrió mi cuerpo aún sin haber leído el contenido de aquel mensaje. Se trataba de un remitente extraño. Extraño no por desconocido, sino por su desconocimiento a cerca de la forma de enviar un mensaje. Era mi madre, que acababa de aprender a diferenciar la tecla verde de la roja, y dos días atrás era incapaz de saber lo que era un SMS.
En realidad lo había escrito mi hermano, y había escrito unas palabras que nunca olvidaré, como no se olvida el primer beso o la primera vez que ves a alguien expirar. El mensaje decía: “Si oyes que ha habido un atentado en las Estaciones del barrio, Atocha y el Pozo no te preocupes, estamos todos bien..”
En ese momento, me di cuenta de lo relativo que podía ser la palabra “todos”. ¿Quienes eran “todos” para mi hermano? Estaba claro que no era un número ni parecido a lo que era “todos” para mí…

Un temblor estaba recorriendo mi cuerpo en esos momentos y quedé inmóvil por unos instantes. Empecé a comentarlo con mis compañeros, pero ninguno de nosotros era plenamente consciente de lo que estaba ocurriendo. En unos instantes los móviles empezaron a sonar y las noticias empezaban a llegar. Ese invento del hombre había sido el medio elegido por los descerebrados para explotar las bombas y paradojas del destino, el que estaba haciendo que nos enteráramos de todo ello.
El mío no paro de sonar en toda la mañana. Yo tendría que haber estado en uno de esos tres desgraciados trenes si no hubiera estado a miles de kilómetros en medio del desierto.

A medida que iba hablando con la gente me iba tranquilizando relativamente. Siempre me quedaba una duda: ¿Y si no estaban siendo sinceros conmigo? ó ¿Cuál sería su “todos”?

Pronto hicimos una parada en nuestro viaje. Estábamos en el lago salado Chott El Jerid, en Túnez. Era un paraje espectacular. Costaba hacerse a la idea de que aquel desierto hubiera sido un mar tiempo atrás.
Me acerqué a la orilla e introduje mi mano en el agua alzando con ella un buen puñado de sal. Estuve ahí unos minutos, intentando asimilar la cantidad de información que acababa de recibir y cogiendo y soltando la sal como se coge y se suelta la arena en la playa. Solo alteró ese momento una mano amiga que venía a interesarse por mi estado y a avisarme acerca de la marcha del autobús.

No fue hasta nuestra llegada al hotel cuando pudimos ver las primeras imágenes. Yo no podía creer lo que estaba viendo. Era el barrio donde me había criado, la estación donde subía al tren cada mañana, completamente destrozada… Lo pudimos ver en todas las cadenas internacionales de TV. Todas hablaban de lo mismo. El nombre de Santa Eugenia sonaba con fuerza a lo largo y ancho del mundo como suenan las campanas en mi pueblo avisando del fuego o de la llegada del sacerdote. El número de víctimas tenía que ser enorme y una sensación de impotencia crecía en mí al pensar, que no tenían, ni mucho menos, por que ser desconocidas.

Fueron unos días agridulces. Estábamos de vacaciones pasándolo bien, pero por otra parte deseaba volver a mi casa y ver de cerca la situación. Y efectivamente, no fue hasta ese momento del regreso, cuando pude observar la magnitud del asunto y conocer de cerca la identidad de las víctimas con las que había compartido encuentros en mi vida, de una u otra manera.

Es un día que nunca olvidaré y que seguramente vosotros tampoco lo haréis. Son recuerdos que tengo en mi memoria y que no puedo evitar recordar cada vez que se acercan estas fechas. Por ello, no estoy nada de acuerdo con la inauguración que se va a hacer este domingo del monumento que recuerda a las víctimas de los atentados del 11M.
Lo veo innecesario. Nos son héroes de ninguna guerra, ni gente que decidió dar la vida por ninguna causa. Son simplemente víctimas de asesinato y su recuerdo está en la cabeza de sus familiares y de gente que como yo que lo vivimos desde un segundo plano. Y es por ello, que no veo la necesidad de tener que recordar esos momentos de sufrimiento cada vez que pasemos por la estación de Atocha. Espero que por lo menos se haya realizado con la mejor de las intenciones, y no para satisfacer cuestiones económicas o políticas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

creo que los que lo han construido piensas casi como tú, excepto que ven en la creación de ese "recoradatorio" una forma diferente a la tuya de recordarlo. para que las generaciones posteriores no olviden, para que nosotros no olvidemos.
ese es el motivo de los monumentos.

Anónimo dijo...

Bueno Sergion. En parte tienes cierta razón en lo que dices o, por lo menos, en lo que he leído porque semejante chapa...seguro que tolkien se frotarías las manos con tan pedazo documento. Pero esta es mi opinión: creo que estoy de acuerdo en que se haga un monumento puesto que es el recuerdo de la mayor catastrofe española de los últimos tiempos y el hecho de que hayan decidido "inmortalizar" tan dantesco suceso me parece algo que dignifica a todas las víctimas que no tuvieron la ocasión de elegir el destino de sus vidas. Es un símbolo para que, como bien dices, pases por Atocha y recuerdes que allí murió injustamente mucha gente. La historia está llena de este tipo de símbolos y sin ellos no sabríamos muchas cosas de nuestro antepasados. Y estos antepasados son los que nos ayudan a comprendernos a nosotros mismos y los que nos enseñana valiosas lecciones de cómo debemos aprender de nuestro errores.

Sergi dijo...

Me parecen perfectas vuestras opiniones, yo tengo la mía como podéis ver ;) y más ahora, después de verlo. Es simplmente horroroso...
Pero de todas formas...os quiero!